LA CONCIENCIA, UNA BRUJULA PARA EL BIEN.

Cuántas veces hemos escuchado expresiones como estas: ¿por qué no eres conciente?, ¿qué no te das cuenta?, ¡eres un(a) inconsciente!, y otras similares. Esto se puede ver reflejado en diferentes situaciones de la vida real, por ejemplo: el niño que no percibe sabores, el que al estar recostado sobre un charco no siente la humedad o, ya más grande, el niño que no se da cuenta que otros lo manipulan, el joven que “no ve” que está por reprobar y no cambia de rutina, de hábitos, o pide ayuda. Incluso se puede manifestar en adultos cuando no se dan cuenta de las consecuencias que presuponen ciertas situaciones o decisiones lo que puede acarrear dificultades o problemáticas innecesarias que pudieron haberse evitado.

Como se puede apreciar en estos ejemplos, el papel de la conciencia es fundamental tanto para la percepción de nuestro mundo y de nuestra realidad, como para la previsión y resolución de problemas.

El papel de la conciencia ha sido estudiado por filósofos y psicólogos, explicando cómo surge y cómo funciona, sin embargo en las siguientes líneas nos enfocaremos en reflexionar sobre la importancia de tomarla en cuenta, en cómo podemos estimularla para que sea lo más funcional posible y trabaje en nuestro favor y no en contra nuestra.

La conciencia es un mecanismo de nuestro pensamiento que puede ser definido como “el darse cuenta”, es decir, cuando hablamos de ser conscientes de algo nos referimos a tener la capacidad plena, sensorial y psicológicamente hablando, de percibir e incluir en nuestro pensamiento la mayor y mejor información de los estímulos que recibimos

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